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lunes, febrero 10, 2014

13 años


“Yo no distingo mañanas de tardes o noches, laborales de festivos”, le dije hace unos días a un colega. “¿No?”, respondió con gesto de asombro. No, hace ya muchos años que me he dejado arrastrar por las aguas bravas del trabajo vocacional. Digo trabajar, con plena conciencia de que para muchos, si no es remunerado, no es trabajo. Para mí lo es, porque entre el pasatiempo, el hobby, y la profesionalidad media un abismo de (mala) vida.

Club de Jazz empezó a emitirse hace trece años, el 12 de febrero de 2001, en Radio Universidad de Navarra (frecuencia de la Universidad de Navarra, del Opus Dei, concesión declarada ilegal por los jueces en varias ocasiones). Durante casi cuatro años realicé allí tres programas por semana de una hora cada uno. Sólo un mes, tras un cambio de dirección en la emisora, el programa pasó a ser semanal. En cuatro años de emisión no obtuve de la universidad ni un solo céntimo de euro. Invertí mucho dinero en discos –lo sigo haciendo- y tiempo en la realización del programa. No se me dio ningún tipo de facilidad (a excepción de la que me proporcionó generosa y desinteresadamente su técnico, Iñaki Llarena), hasta el punto de que si pude entrevistar juntos a Chucho y Bebo Valdés fue gracias a los medios que me proporcionó otra emisora de radio.

El programa nació a propuesta mía (más próxima en un primer momento al Diálogos 3 de Ramón Trecet) y fue “patrocinada” por quien había sido director del conservatorio en el que yo me formaba y colaborador de la casa, Fernando Sesma. Después de cuatro años, fue censurado. Me consta que el director de la emisora indagó sobre la “propiedad” de la idea y el nombre del programa para tratar de mantenerlo en antena sin mí, incluso de mano de alguien que había sido colaborador mío durante una etapa del Club. No pasó de ahí. Tal como apareció, el programa desapareció sin ninguna explicación al oyente (un clásico), a pesar de que era el segundo en años de permanencia en la parrilla. De forma solapada en el tiempo vino la emisión de Club de Jazz a través de internet, con la colaboración técnica y desinteresada en primer lugar de Roberto Barahona desde California (presentador del programa Purojazz y colaborador muchos años en el nuestro) y después de Alberto Varela (actual colaborador desde Buenos Aires), con el soporte y apoyo de la web Tomajazz, de Pachi Tapiz. El nacimiento de una web propia llegó en 2004, poco antes del cese de las emisiones en la radio universitaria. De los trece años de programa, diez lo han sido con medios técnicos y web propios.


En los estudios de la Universidad de Navarra

¿Dónde estoy trece años después? Inquietante pregunta. El programa lo realizo en mi casa con la misma mesa de sonido que compré entonces, con un micrófono que se me prestó y con un ordenador portátil muy normalito que lleva años (sí, años) dando sustos y avisos de defunción. Ah, y con una tarjeta de sonido que me permite grabar las entrevistas telefónicas y que en ocasiones decide apagarse por su propia voluntad, borrando de un chispazo toda la grabación previa (Imaginen explicarle a Magnus Öström que no se ha grabado nada de lo dicho durante más de veinte minutos).

Por si alguien tiene dudas, aviso: trabajar en casa es poco aconsejable. Es casi imposible distinguir el espacio íntimo del profesional y marcar unas líneas razonables entre el tiempo de asueto y el de laburo. Por otro lado, al no disponer de un local en condiciones, aislado acústicamente, la interferencia de obras (vecinales y en la calle) y de los ruidos propios de un vecindario y de la vida ahí fuera, han convertido la grabación del programa en una suerte de ejercicio de equilibrismo verbal compuesto de frases interrumpidas que se enlazan para resultar inteligibles en la edición posterior. El propósito (y creo que el resultado), es que el programa le resulte al oyente tan profesional como el que podría hacerse en un estudio de radio homologado. Una ficción radiofónica que, creo, ha resultado muy creíble. Mucho tiempo perdido por ello, mucho estrés padecido que agradezco a los gremios de la construcción (no tan en crisis como dicen) y a los vecinos con posibles (y bebés).


Estudio de Club de Jazz

Todo lo logrado en mi vida profesional periodística es hijo de mi programa. Sin él, hoy no tendría un hueco en la radio clanwebstina que es ahora Carne Cruda 2.0, no hubiera llegado a granjearme una ristra de insultos y descalificaciones por alguna crítica discográfica en Cuadernos de Jazz, no estaría ampliando horizontes de interés cultural y social en entrevistas y artículos para El Asombrario & Co., no me hubiera exprimido el cerebro para poder “colar” algo de música creativa todas las semanas durante cuatro años dentro un magazine en Radio Vitoria (EiTB), ni aportado mis conocimientos y mi independencia de criterio a sus emisiones desde el Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz durante tres ediciones (hasta que por voluntad expresa del director de la cita vitoriana se dejó de contar conmigo; decisión que se certificó años después cuando, tras decidir contar de nuevo conmigo, se me denegó por su parte la acreditación para poder trabajar en los recintos del festival). 


Con algunos compañeros de Radio Jazz Gasteiz y Jorge Pardo (2001)

Todas las puertas que se me han abierto (también las que se hayan cerrado) tienen su origen en Club de Jazz. Puertas, huelga decirlo, de proyección profesional, no económica. En todos estos años sólo he cobrado de forma simbólica por participar en Carne Cruda (no fue así en una primera etapa) y por mis colaboraciones con Radio Vitoria. En este último caso, desaparecidas mis aportaciones semanales tras la suspensión del magazine –producto de un ERE en la emisora-, recibo sólo por emisión de Club de Jazz, programa que se emite allí exclusivamente en fechas festivas del año que no coincidan con el fin de semana. Echen cuentas.

Sí, pertenezco a esa estirpe, cada vez más extendida, de periodistas que se desviven por su trabajo y lo entregan sin recibir recompensa económica. Antes de que alguien me (des)califique por ello, aclaro que mi programa es cosa mía y el control de su emisión es absolutamente personal (¿¡quién demonios se iba a lucrar con un programa de jazz!?). El resto de colaboraciones lo son con medios que, o bien han dejado de recibir ingresos o bien quieren buscarlos para resultar rentables. Dicho de otra manera, no entrego mi trabajo a nadie que, sin pagarme, pueda sacar de él algún tipo de beneficio económico. Lo cuento porque –y tomándome la licencia de modificar parcialmente la frase original de mi colega Yahvé M. de la Cavada- nadie me paga lo suficiente como para no contar las cosas tal y como son. En previsión de posibles comentarios del tipo “nadie te pidió que lo hicieras”, puedo afirmar y afirmo que  lo sé perfectamente. Es más, el mundo puede vivir perfectamente sin nada de lo que hago. Yo no.


Jesús Moreno (desde mi cadiera) y Roberto Barahona (PuroJazz)

"Trece años después de aquella primera emisión, Club de Jazz sigue adelante con el apoyo impagable (literal) de unos colaboradores que, con disciplina estajanovista, prestan al programa su tiempo y conocimientos cada semana. En el camino han quedado algunos (lo cual lamento), pero hoy sigo contando con la aportación de Alberto Varela, Anxo, Luis Díaz García, Jesús Moreno y Ferran Esteve, voces que hacen de este espacio radiofónico un lugar diverso y abierto a expresiones muy variopintas. Eso no tiene precio. ¡Lo que aprendo con ellos!

Hablo de radio, sí. Hablo de radio porque, aunque la radio no nos quiera (los intentos que se hicieron por entrar en la parrilla de la radio pública fueron infructuosos), lo que yo he mamado y lo que yo hago es radio. Incluso me puedo acoger técnicamente a esa definición: desde 2004 el programa se emite en Cuernavaca, México (UFM Alterna), en una versión reducida de una hora. La emisión básica está en nuestra web, depende de las tecnologías de internet (podcast). Hablo porque, como ya he dicho, este programa ha logrado una ficción de radio profesional con medios de artesano. Y hablo de radio porque este programa hubiera necesitado una radio que le diera proyección a un trabajo que en este país, lamentablemente, no existe a nivel profesional. Lo he dicho en más de una ocasión y, a riesgo de repetirme, insistiré sobre ello. España necesita un programa de jazz (o varios) en la radio pública (no seré tan osado de exigírselo a las privadas). Hablo de radio que hable del jazz de hoy, de la multiplicidad de expresiones que hoy conviven bajo el genérico paraguas del jazz y las músicas improvisadas.

Está el Cifu, por supuesto, pero la suya es una labor de difusión del jazz pretérito. Si acaso, puntualmente da salida ocasional a propuestas muy concretas de jazzistas de hoy (aparte de los conciertos que RNE tiene que emitir por formar parte de la UER). Tal es el grado de excepcionalidad que recientemente algunos oyentes subrayaban en las redes como una excepción el hecho de que hubiera presentado a un músico de carrera incipiente. Cifu es un divulgador insustituible de la historia del jazz. Radio 3 (ya no digo Radio Clásica) no es referente para un aficionado al jazz contemporáneo (el que se hace en nuestros días) o para alguien que busque crecer como oyente de jazz, por mucho que algunos dinosaurios de la casa saquen de archivo programas puntuales donde pincharon jazz. Que uno de cada diez discos en un determinado programa (por poner un número) sea de jazz, no lo convierte en una referencia jazzística.

La radio pública española lleva muchos años haciendo dejación de unas labores que, en menor o mayor medida, se están tratando de compensar desde el extrarradio del voluntarismo amateur. Sin el soporte de una emisora convencional, sin la potencia de un medio como Radio Nacional y su cobertura en las ondas combinada con la proyección de su página web, es muy difícil hacerse oír y, sobre todo, sacar adelante un programa que se propone riguroso en su realización y contenidos como es Club de Jazz. Es muy difícil cuando se concentran en una única persona todas las funciones que se diversifican en un medio de comunicación convencional. Desde el guión y redacción, hasta la grabación y edición, pasando por la conversión de los formatos de audio o la promoción y actualización de contenidos. Ni el Tres en uno resultaba tan ambicioso.


Con parte del equipo de Carne Cruda (RNE3) en la ceremonia de los Premios Ondas 2012

Han pasado trece años, tiempo suficiente como para poder hacer balance y reflexión sobre el trabajo realizado. No les mentiré con falsas humildades: creo firmemente que hemos realizado una labor espléndida; creo que se ha hecho mucho más y mucho mejor de lo que se podría esperar dadas las circunstancias en que se desarrolla el programa; creo que hemos hecho radio inteligente e inteligible que ha expuesto una buena muestra de la música que se hace hoy con profesionalidad, tratando la música y a los músicos con respeto y curiosidad, dedicando el tiempo necesario para documentarse sobre la música, seleccionarla y presentarla con la misma exigencia con la que ellos han creado sus obras; creo que hemos dado el espacio que merecen a muchos de sus protagonistas, quienes han tenido tiempo para explicarse y expresarse y a quienes hemos preguntado con rigor y minuciosidad, buscando profundizar en el disfrute y la comprensión de su música y personalidad; creo que, en definitiva, hemos hecho buen periodismo sobre jazz y músicas improvisadas, con dedicación profesional desde un ámbito amateur y muy precario.

No les mentiré tampoco si les digo que trece años de dedicación tan intensa a este programa (y a todo lo que lo complementa: reseñas de discos, conciertos, artículos… todos ellos con el mismo grado de exigencia, siempre in crescendo conforme se acumula la experiencia) van dejando cicatrices. Esto cansa y mucho. No diré que trece años después estemos casi donde estábamos, pero no estamos mucho más lejos de donde estábamos hace diez. Creo que el programa tiene unos buenos datos de audiencia según los parámetros de la red (por ejemplo, en iTunes España figura habitualmente entre los primeros veinte podcast de música; es uno de los pocos sin soporte de medio convencional... y además dedicado al jazz), pero también es verdad que los números que figuran en los contadores estadísticos no me dicen mucho. No sé qué hacen con él quienes lo descargan o pinchan en la página. ¿Lo escuchan? ¿Picotean en él? ¿Cuántas descargas se corresponden con oyentes y cuantos oyentes se corresponden con descargas? Es más, podría darles los nombres y apellidos de unos pocos oyentes que muy generosamente suelen comentar e incluso difundir los contenidos. Gracias por ello.


Preparando la grabadora para registrar el concierto de Duot en Huesca (Mayo 2012)

Contra los difuntos que en vida proclaman que el jazz “ha muerto”, puedo asegurar con plena convicción que estamos viviendo unos años donde son muchos los que le están dando más vida, colores y matices que los que nunca quizá soñó tener. Una diversidad estimulante y ciertamente abrumadora. El problema es cuando se confunden conceptos y se dice que el jazz es un estilo. Si así fuera, no dejaría de ser un cliché. El jazz no es un estilo, porque el estilo tiene límites y el jazz busca expandirlos. Como declaró Pat Metheny, los estilos “no tienen nada que ver con la música. Sólo me interesa cómo ir de Si bemol a Fa”. No, el jazz no es definible, como no lo debería ser en términos estilísticos ninguna obra musical digna de serlo.

Puede que estilos sean el be bop, el dixieland, el swing que bordaban las orquestas de los años treinta, pero no el jazz. Tratar de definir el jazz es tanto como negarlo. El jazz puede ser una guía que nos lleve al encuentro de determinados músicos, expresiones y experiencias musicales; puede ser el tronco común, pero las ramas son tan dispares entre sí como pueden serlo un negro de Chicago y un blanco de Mallorca. Incluso, aunque el tronco sea común, la tierra en la que enraíza es diferente en cada caso. Explicar que el jazz es esto o aquello es un ejercicio tan destinado al fracaso como explicarle a un extraterrestre la diferencia entre izquierda y  derecha “mediante una simple descripción verbal” (Santiago Alba Rico dixit). Y todos sabemos que la mano izquierda nunca será igual que la mano derecha (y viceversa) aunque ambas sean manos.

Trece años después el programa sigue existiendo aunque fantasea en muchos momentos con dejar de hacerlo. El apasionante momento presente, el surgir de nuevas e ilusionantes generaciones y la superación de sí mismas de algunas de las más veteranas, hace especialmente necesaria la labor de difusión y pensamiento. Mientras estas músicas y estos músicos crecen y se multiplican, más dolorosa se hace la pasividad de la radio pública (extiéndase, por supuesto, a otros medios y formatos) y más insignificante me siento con este programa desde el extrar(radio), en el que hacerse oír, hasta desgañitarse, en este gallinero tuitero es tan inútil como los propósitos con los que se hace este programa con sus actuales condicionantes. Así en 2001 como en 2014.
 
Carlos Pérez Cruz
 
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

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