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martes, diciembre 03, 2013

Lucía y los muertos


Lucía Martínez
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

“El jazz ha muerto”, se le oyó decir al muerto. No es extraño oír voces en el cementerio y menos que hablen de muerte. “El jazz ha muerto”, dicen que dijo. Puede que su jazz muriera o que su amado sea hoy un pálido reflejo de lo que fue. Sea como fuere, el recuerdo de su amor no debería ser óbice para regocijarse hoy con los que en un futuro serán memoria de nuestro presente.

Hubiera sido más preciso que el muerto hubiera declarado que “el jazz no existe”, pues tendría razón. No existe algo parecido a ‘El jazz’, sólo una actitud musical a la que llamamos tal y que muchos practican gozosamente. Ellos no son capaces de apreciarlo pues están muertos. Escriben desde el más allá sobre hojas amarillentas, hablan por micrófonos de emisoras que nos llegan del pasado… Proclaman su verdad de muerte allá donde alguien les escuche y lo hacen con ademán despectivo. ¿Cómo va a estar vivo algo que ellos han sentenciado a muerte?

Dice Jack DeJohnette que “el pasado no existe, tan sólo en nuestros recuerdos”. ¿Se referirán estos muertos a la muerte de la memoria? Es realmente difícil que muera, la tienen muy presente. Gracias. Sois los depositarios de ese recuerdo aunque, de tanto recordar, corréis riesgo de caer en el olvido. Nadie soporta escuchar día sí, día también, sus batallitas sobre la solución final del jazz, sobre ese pasado que siempre fue mejor, evocado desde un presente que ellos ignoran. Como dice el ilustre baterista, “hay muchas formas de resolver los problemas”. Es decir, hay muchas formas de vivir jazz.


Josetxo Goia-Aribe, Antonio Bravo y Baldo Martínez
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

Hay muchas formas de vivir jazz, ¡vaya si las hay! Las hay incluso que usan la memoria como fuente para vivir el presente con más intensidad. Eso lleva años haciendo el saxofonista navarro Josetxo Goia-Aribe. Él es jazz, aunque los muertos no le guarden un lugar en el infierno (todo jazzista acaba en él, por supuesto… a voluntad de Coltrane, claro). Y hace unos días hizo registro de su música para la memoria futura del jazz del presente. Fue en un Centro de Cultura Contemporánea. Es decir, en un recinto para las cosas vivas.

Sólo ha transcurrido un año desde que Josetxo llevara la jota a un estadio nunca imaginado, que la elevara a otras cotas en disco y sobre el escenario del Teatro Gayarre de Iruñea – Pamplona. Allí dio muestra del acostumbrado preciosismo de su música, de su detallismo, de un lenguaje intransferible que ha desarrollado en una carrera ya generosa que ha tenido en el folclore un referente ineludible. Josetxo ha sido siempre un verso libre del jazz, aunque algo había en su forma de vivirlo que lo mantenía preso de las formas, con el cinturón expresivo excesivamente anudado.

Josetxo Goia-Aribe ha recorrido en un año lo que otros en una vida y algunos nunca. Ha leído, ha escuchado, ha conversado. Se ha empapado y la lluvia del descubrimiento ha reblandecido la piel del cinturón hasta aflojarlo. Goia-Aribe se ha descubierto a sí mismo y a los demás, feliz como un niño a los mandos de su nuevo vehículo musical: Hispania Fantastic.

Tiempo habrá de explayarse y profundizar en los recovecos del que será su próximo disco, esa memoria grabada en sesiones, con y sin público, durante dos días en la localidad navarra de Huarte. Ahora es tiempo de júbilo por haber sido testigo del paso de gigante del saxofonista que, con el folclore como inspiración una vez más, ha descubierto que en la libertad del lenguaje, en la soltura de las formas, hay un mundo que le va como anillo al dedo. Nada más gratificante que ver a un músico que no se conforma y reinventa; y no por el mero hecho de evitar repetirse sino, precisamente, por repetirse sin parecerse.

Sí, hay buenas nuevas que no cantarán las voces del campo santo. Allí no se harán eco de este Hispania Fantastic, fantástico por sus fundamentos y por quienes lo fundamentan. Fantástico porque en ese caminar hacia delante de Goia-Aribe le ha acompañado un trío que tiene nombre propio y prestigio por su cuenta, MBM: Martínez, Bravo, Martínez. El guitarrista Antonio Bravo, el contrabajista Baldo Martínez y la baterista Lucía Martínez. Ellos, compañeros de un largo y luminoso camino. Ella, una de las mayores alegrías del jazz ibérico en los últimos años (desde su exilio berlinés). Y son varias con nombre de mujer.


Lucía Martínez
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

No, el jazz no ha muerto. Han muerto ellos, sordos ante la belleza de los viejos nuevos lenguajes de quienes mantienen viva la llama del jazz sin quizá ni pretenderlo; de quienes, frente a la adversidad de su condición de creadores en un mundo de replicantes, juegan con ella y la devoran cual faquires que la regurgitan a la vida. Han muerto ellos, ciegos ante la pasión desbordante que trasciende los límites de un cuerpo tan pequeño como el de Lucía, enorme en su pegada y emoción. Han muerto ellos, que sólo hablan de difuntos, de quienes fueron grandes por libres, no por fieles al verbo intransigente. Ignoran que la vida sigue, que la memoria es sólo recuerdo, que el presente es un futuro lleno de pasado. Sólo hay que sentarse frente a Lucía, escucharla tocar, verla soñar despierta, para que los muertos se queden sin habla.
 
© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en la web de www.elclubdejazz.com

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