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sábado, agosto 17, 2013

Michael Wollny Trio || JazzClub Unterfahrt, Múnich (15/08/2013)


Michael Wollny, Tim Lefebvre y Eric Schaefer
© www.elclubdejazz.com

Bajo tierra y al fondo de un largo pasillo que bien podría conducir a una cripta. El jazz está enterrado en Múnich; al menos el club Unterfahrt, local señero de esta carísima ciudad en la que tienen sede algunos de los sellos discográficos más importantes del jazz en Europa. Un paseo por los barrios céntricos de la ciudad bávara no resuelve el misterio del porqué de la sobreabundancia discográfica muniquesa. Apenas una tienda con referencias expresas en su escaparate a ECM (y con quejas sobre el descenso abrupto de ventas discográficas) y algunas de segunda mano, sin especial presencia de los sellos locales. Eso sí, cerveza y papeo, todo el que se quiera y más.


Pasillo de acceso al club Unterfahart de Múnich
© www.elclubdejazz.com

La historia del jazz sigue escribiéndose en pequeños garitos, no hay duda. Lejos de cualquier espejismo de masas festivaleras, su día a día tiene lugar en locales como Unterfahrt. El club se encuentra dentro de un complejo subterráneo, que comparte con otras salas, y tiene una capacidad aproximada de un centenar de personas. Se come y se bebe pero, cuando la música se pone en marcha, se guarda silencio. Esa es la costumbre, me asegura un parroquiano, aunque no sé si el silencio para la actuación del trío de Michael Wollny viene inducido también por el hecho de que el concierto va a ser grabado. El pianista germano juega en casa (nació en 1978 en un pequeño pueblo de Baviera) y lo hace durante cinco noches consecutivas (una anomalía, según la misma fuente). Esta es la tercera, la sala está llena y Siegfried Loch presente. Wollny es artista del catálogo de su sello ACT. Es probable que la grabación sea futura edición discográfica.


Cartel anunciador del concierto
©
www.elclubdejazz.com

El pianista lidera desde hace unos diez años el trío [em] junto a la bajista Eva Kruse y el baterista Erich Schaefer. La baja maternal de Eva obliga a la sustitución de la titular, de ahí la presencia del bajista estadounidense Tim Lefebvre. La elección sorprende. Aunque el trío juega en muchas ocasiones con el impacto roquero, la trayectoria de Lefebvre está ligada en muchos casos a nombres de un jazz fusión roquero bastante más edulcorado que el que tiñe la propuesta de Wollny. Cumplió con su papel, discreto, a veces inaudible. En muchos momentos quedó sepultado por la complicidad labrada con los años de Wollny y Schaefer. Lógico. Tenía difícil encontrar su hueco entre dos músicos tan hiperactivos y ensamblados como los alemanes. Schaefer es una verdadera máquina de ritmos. Golpes de precisión suiza para definir los vertiginosos cambios de tempo con los que jugaron en muchos momentos. Un percutor incisivo y poderoso que se despachó a gusto cuando la música devino en puro y simple rock.

Que el jazz es esponja de todo tipo de músicas es bien sabido. Siempre lo ha sido. Michael Wollny y su música son un ejemplo brillante de esa deglución que desde el jazz se hace tanto de lo estudiado como de lo escuchado. Se combina en su pianismo la elegancia del clasicismo, el reto armónico de las músicas más avanzadas del siglo XX y la afinidad con las populares de su tiempo. En ocasiones, todo al mismo tiempo. Lo mismo estudia a Paul Hindemith, otorgándole etéreas resonancias jazzísticas, que discurre ultraveloz con su mano derecha sobre pegadas a piñón fijo de banda de rock, que dinamita en mil pedazos de improvisación abierta y al filo lo que parecía en un primer momento una versión de música de Nirvana. En ocasiones recurre al swing como contraste sincopado a tanta caída en tierra de la música, pero el trío de Wollny no necesita reivindicarse swingueante para que el suyo pueda sentirse con pleno derecho jazz del siglo XXI. Tiempo de jóvenes cada vez más preparados (que no necesariamente más interesantes de escuchar).


Michael Wollny, Tim Lefebvre y Eric Schaefer
© www.elclubdejazz.com

Wollny es un pianista voraz. El vértigo de su música, el virtuosismo que requiere la velocidad extrema de su fraseo, contrasta con una expresividad física poco flexible. Uno se compadece por la dolorosa postura curvada desde la que enfrenta el piano y se sorprende por la rigidez con la que sus dedos aparentan relacionarse con el teclado. Apenas los flexiona y las teclas no parecen alcanzar jamás el fin de su recorrido. Una relación poco ortodoxa que, sin embargo, no le impide jugar con sutilezas y matices ciertamente insospechados para su gesto. Del puro puntillismo pasa de golpe al impacto en forma de clusters y de ahí a recorrer blancas y negras cual Usain Bolt. Del minimalismo melódico más extremo a la abrumadora colección de fuegos artificiales.

Es en el artificio donde quizá pierde interés la música del trío. La actuación, generosa en tiempo y divida en dos pases, fue aplaudida con entusiasmo por el público (edades de cuarenta para arriba, con alguna excepción juvenil), que consiguió arrancar dos bises. Quien esto firma también disfrutó, si bien, a la hora de asimilar lo escuchado, creo legítimas ciertas dudas sobre lo que de truco efectista puede llegar a tener la música. La insistencia sobre esquemas semejantes de in crescendo roquero funciona como señuelo pasional en el momento, pero le resta trascendencia a lo que de artístico pueda tener. En la segunda parte reincidieron en ello, mientras en la primera el gozo vino más con las permanentes mutaciones rítmicas y estéticas. En el virtuosismo rítmico y en la pegada son brillantes; en la intimidad, más convencionales.

© Carlos Pérez Cruz
 
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

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