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jueves, marzo 07, 2013

Digital Primitives (Assif Tsahar, Cooper-Moore, Chad Taylor) - 'El Matadero', Huesca 6/03/2013


Cooper-Moore, Chad Taylor y Assif Tsahar
© Jesús Moreno

Los números tienen un límite. Aunque sean infinitos, no pueden cuantificarlo ni justificarlo todo. Antes de sentarme a escribir este texto, he recibido la notificación del número de asistentes a un reciente festival de cine. Cifras y más cifras sobre el total de público, las medias por jornada, el número de acreditados, las procedencias geográficas, los hoteles ocupados, etcétera. En los festivales de música se hace uso de los mismos parámetros para tratar de vender su necesidad a los poderes públicos (y patrocinios privados). También en jazz. Cada verano nos dan la brasa con los números y cada año dicen batir récords de asistencia (hasta hacernos dudar de los conceptos racionales de espacio).

No, los números no lo son todo. Los números pueden validar puntualmente una propuesta pero no ser siempre el fin que justifique o invalide los medios, máxime cuando éstos son públicos. Uno de los objetivos irrenunciables de la cosa pública en materia de cultura es compensar lo que la iniciativa privada deshecha o apenas acoge. Ajustar los evidentes desequilibrios entre los privilegiados por la industria y los subproletarios. Estos últimos, por fortuna, huyen de la concepción manufacturera del arte como de la peste y se dedican a algo rara vez lucrativo pero mucho más valioso: la felicidad (dada y sentida). I´m so happy. Happy to be alive, terminaron cantando y contagiando los tres Digital Primitives sobre el escenario de ‘El Matadero’ oscense. Y todos sabemos lo esquiva que puede llegar a ser la felicidad. ¿Qué ayuntamiento presume de la felicidad que proporciona a sus ciudadanos? Huesca debería sacar de inmediato una nota de prensa que lo haga saber. Hagan uso de él más o menos ciudadanos, su departamento de cultura es un bien de utilidad pública, ejerce un fascinante efecto preventivo contra enfermedades de la razón y el corazón.


Cooper-Moore
© Jesús Moreno

Digital Primitives elevó a los fieles presentes. En una ceremonia civil y creativa de casi hora y media, los hizo felices con su dosis de crítica social y ecos de la música negra más radical de los 60. ¡People have the right to know the truth!, declamaba el predicador Cooper-Moore, sin seguramente saber que su letra era un anillo al dedo de la actualidad española (¡They lie and steal from us!). También es cierto que la historia de la infamia se recicla como el papel, así que nada casual la (presunta) coincidencia. Como nada casual es que tres tipos de presencia tan dispar conjuguen un verbo musical que se declina en presente echando mano del pasado. El trío desprende un aura luminosa -compendio de la historia de la música negra estadounidense-, pero también una actitud punk y roquera que comulga sin igual con los ecos del ceremonial góspel encarnado por Cooper-Moore (¡esa voz!), sin olvidarse de la música vaquera. Más allá de nombres que delimitan, la suya es una propuesta que, sin necesitar la impostación precisa de laboratorio, se define por su belleza imperfecta y, por lo tanto, natural y real; parece salvaje y sin pulir y, sin embargo, brilla su orfebrería sonora y encaja todos los elementos con la precisión que sólo es capaz de ofrecer la creación que late, que está viva; que crece y se alimenta de la comunicación entre los músicos y de éstos con el público.


Chad Taylor
© Jesús Moreno

Digital Primitives no busca gustar y, quizá por ello, gustó tanto. Es música desnuda, radicalmente hermosa, y con un equilibrio entre los expresionismos más viscerales del free (especialmente en el saxo tenor de Assif Tsahar) y los preciosismos íntimos de la música africana (el dúo de mbira entre Tsahar y Chad Taylor invoca los sueños de África); entre el alma soul de la voz de Cooper-Moore y el guitarreo rocoso (a base de un peculiar banjo doméstico) del propio Cooper-Moore, que estimulaba ese rock jazzero (o jazz roquero) que tan bien encarna, por ejemplo, Ken Vandermark; entre la invocación casi naif del inicial tema con flauta tin whistle y la compleja y contundente pegada de Chad Taylor; entre los bajos casi estáticos de Cooper-Moore con el diddly bo (una especie de bajo de una única cuerda) y sus desarrollos psicodélicos con el banjo sin trastes. La soberbia variedad del muestrario se expresa con una coherencia y un equilibrio que parece medido para compensarse. Y, sin embargo, uno nunca tiene la sensación de asistir a un espectáculo predeterminado y sopesado. Se siente un gozo permanente ante estímulos cambiantes que, cuando parecen llevar al extremo la excitación de un virtuoso e histriónico free, hacen saltar de pronto los resortes del necesario reposo. Así nos acunan de nuevo con la mbira en manos de Taylor, mientras Assif Tsahar invoca a los espíritus nocturnos con la imitación del sonido de un búho, dispuestas sus manos a modo de caja de resonancia.


Assif Tsahar
© Jesús Moreno

La felicidad era esto, o al menos Digital Primitives nos guió hacia ella, nos la hizo tocar con los dedos invisibles de la emoción durante los casi noventa minutos de creación (al contrario que en el fútbol, ellos sin descanso). Y así el cerebro sigue tatareando horas después Love, love, love, is so wonderful con la voz de Cooper-Moore resonando en él y el cuerpo un poco más ligero, levemente elevado sobre el suelo. Lo confieso: ¡I´m so happy! Happy to be alive.

© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

2 comentarios:

La Cueva Boreal dijo...

Fue una noche memorable, tú lo has dicho todo.
Es cierto, por momentos uno encuentra la felicidad, aunque se precise ser hábil para esquivar tanta mierda, y ayer, anoche, despejado!!, fue un placer reencontrarla nuevamente (la felicidad, quiero decir).
Un abrazo y nos vemos pronto (creo).
.

Apatico 2005 dijo...

Cierto, esquivar tanta mierda es tan difícil como encontrar el silencio. Por fortuna todavía quedan espacios para limpiar el cerebro, el alma, y reencontrarse con uno mismo. Un placer el encuentro, pronto (yo también creo) nos veremos.

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