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jueves, octubre 18, 2012

Del absurdo de la vida y su compensación

Hay preguntas que pillan a contrapié; a veces salen de ellas respuestas valiosas porque no tienen un molde preestablecido. Viene esto de una cuestión que le he planteado en una entrevista a la cantante albanesa Elina Duni y de su habilidad para improvisar una respuesta tan simple como brillante.
En relación con uno de sus antiguos proyectos, leo en su biografía oficial uno que se define como “sonidos electrónicos en conjunción con el absurdo de la vida”. Hablemos entonces de absurdos vitales. ¿Qué significa para usted el absurdo de la vida?

¡Esa es una pregunta muy buena! (Risas). Bueno, ya sabe… ¡ya sabe! Creo que el absurdo de la vida significa lo mismo para todos. Son esas cosas que no son como deberían ser (Risas). Bueno, esa es también la razón por la que hacemos música, por la que escribimos canciones. Porque intentamos… ¿Cómo decir esto? ¡Tratamos de compensar!

¡Bravo! He ahí una respuesta real sobre la música y su valía. En un mundo tan pragmático como el nuestro, donde la validez viene determinada por oscuras ecuaciones, nada tan valioso (y humano) como algo que trate (y logre, las más de las veces) compensar el absurdo de la vida. Dado que la mayor parte de los menesteres cotidianos son puro tedio y absurdo, algo que es capaz de dinamitar el sinsentido y hacernos recobrar el sentido (o incluso perderlo), debería cotizar al alza en la bolsa de los valores humanos.

Dice Elina que en la soledad de su adolescente "exilio" suizo descubrió la facultad salvadora de la música.
¡Fue entonces cuando descubrí a los Beatles! Estaba muy contenta porque finalmente había encontrado cuatro grandes amigos. Solía caminar por las calles de Lucerna, que fue la primera ciudad a la que vine, y llevaba un walkman conmigo con música de los Beatles. Solía caminar horas y horas y ahí es cuando me di cuenta de que la música me estaba salvando.
¿Cuántas veces nos ha rescatado la música? Yo he perdido la cuenta, y me recuerdo plantado frente a la cadena de música con las bandas sonoras de Miklos Rozsa a todo volumen. O girando la mente hasta el éxtasis circular al fuego de la caverna de los suecos Hednigarna. Siempre alabaré a Coltrane, que me hizo ver la luz del amanecer después de una noche de cruel desamor juvenil. O a Alasdair Fraser y su embaucador violín escocés como carta de amor. Últimamente Antony me ha hundido más en el dolor de la felicidad (I am very happy so please hit me; I am very happy so come on hurt me) aunque ya venía rematado por el Splendid Vic Chesnutt (Víctima él del absurdo más absurdo de la vida: el dinero frente a la salud y la dignidad)...
¿Cómo explicaría la importancia de la música y de la cultura en nuestra vida a aquellas personas y gobiernos que sólo piensan en números?
Es muy importante para, en primer lugar, darle belleza a la gente, para lograr mantener la profundidad, para que sientan aquellas cosas que son más importantes y profundas.
Quizá por eso nos la quieren hundir a recortes e impuestos. La belleza nos da fuerzas; la profundidad, capacidad de reflexión. Por eso acosan la belleza, para que no podamos sentir y nos quedemos en la superficie (comercial) frente al horrible televisor de plasma global que vomita horror a cada instante y goles... ¡muchos goles!

Me aburro de escuchar discutir semana sí, semana también, del rescate y de sus (agonizantes) condiciones. Qué poco se habla del rescate incondicional de la música. Qué poco de la belleza que brota del esfuerzo y la inspiración de las personas. Qué poco de cómo la voz de Elina Duni es capaz de noquear el tedio por pura belleza y creatividad - un pozo revitalizante de emociones dormidas - y cuánto de La voz, al servicio de la banalización competitiva de lo poco que merece la pena de la humanidad: su arte. He ahí el absurdo del que hablaba Elina: el de las cosas que no son como deberían ser.

Elina Duni (Foto: Anja Tanner)
Escucha la entrevista con Elina Duni en la edición del 17 de octubre de 2012 de Club de Jazz. También puedes leerla o escucharla en su versión original en inglés.

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