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jueves, mayo 17, 2012

El Infierno Musical - Centro Cultural 'El Matadero' de Huesca, 15/05/2012


La vida es eterna en cinco minutos. ¡Qué razón, Víctor Jara! Cinco minutos te hacen florecer. Cuando los alrededores marchitan la vida, cuando la lluvia es ácida - esa galería oscura, oscura, este hundirse sin hundirse, que decía Alejandra Pizarnik –, los cinco minutos (eso dura para la eternidad un concierto) pueden dejarle a uno dibujada la sonrisa ancha. Es poesía la de quien desde un escenario te transporta a la eternidad durante un ratito.

La eternidad resguarda la poesía de Alejandra Pizarnik y el austriaco Christof Kurzmann se abonó a ella como quien encuentra  refugio y consuelo íntimo en la inquietud de unas palabras que, sin embargo, apaciguan. Puede que sea la hipnosis a la que induce la voz de Kurzmann la que logre domar el dolor de la poeta y convertir su miedo en la más hermosa de las certidumbres.

Produce cierta congoja la presentación de un proyecto llamado ‘El infierno musical’ en un centro cultural que se denomina ‘El matadero’. Más si cabe cuando en el clavijero de la viola da gamba de Eva Reiter está tallada la cabeza de una cabra, diabólica terminación que es casi idéntica a la que nos observa desde la fachada exterior del auditorio del centro. No se llama Matadero por casualidad. Por fortuna, ahora los gritos son, como mucho, de placer, no de espanto.


Eva Reiter y su viola da gamba (y detalle de la fachada de 'El Matadero')
© www.elclubdejazz.com (sobre la foto de Eva Reiter)

El quinteto - que transforma la palabra en música e integra la poesía en su métrica instrumental –replicó de principio a fin, y en el mismo orden, la totalidad de lo escuchado en disco. El proyecto maneja unas estructuras predeterminadas sobre el papel por Christof, por lo que hay una parte de reproducción, tanto en la obligada lectura de la partitura para los instrumentistas como en la puesta en marcha de los audios creados de antemano por Kurzmann con su ordenador. Es, en ese sentido, un proyecto estudiado y meditado en el que, aunque en él figure una figura imprescindible de la música improvisada como Ken Vandermark, y habituales como Clayton Thomas, la esencia está en el trabajo previo del músico austriaco. Sin obviar que contiene espacios para la improvisación y que estos se expresan tanto en clave de jazz de contundencia roquera (una de las caras reconocibles en la música de Vandermark) como de exploración libre, de intercambio sobre el silencio, de expresión visceral como contraste al tono contenido, íntimo, del universo que Kurzmann ha creado para Pizarnik.


Christof Kurzmann canta y recita la poesía de Pizarnik
© Jesús Moreno

Además de comprobar que la voz que dialoga en Cold in hand blues con Kurzmann es la de Eva Reiter (en el disco no figura que sea ella), algunos detalles complementaron visualmente la información auditiva de la grabación. Así, por ejemplo, el baterista (y vibrafonista) Martin Brandlmayr dibuja su precisión con unos movimientos en los que cuenta también el golpe que no se da, el espacio que se respira. Se mueve como si de un autómata se tratara y, sin embargo, tan libre y selectivo en el golpe y en lo golpeado.


Martin Brandlmayr
© Jesús Moreno

Una lección de escucha, de selección del momento, de trabajo sobre los espacios y ritmos, ya sea generando efectos con el arco de un contrabajo en el filo de los platos y del vibráfono o baqueteando pequeños platillos sobre la caja. Clayton Thomas convierte su contrabajo en percusión también en muchos momentos, especialmente en el extraordinario intercambio con Brandlmayr que mantuvo para generar el pulso de Cold in hand blues, donde Kurzmann usó el saxo antes de entablar conversación con Eva. La sensualidad de su bis a bis se transmuta en un carnoso (pero terso) blues en el saxo de Vandermark, que complementa y retoma el lenguaje hablado por Kurzmann y Reiter. La rítmica de la poesía y su expresión musical tienen en este tema un ejemplo paradigmático.


Eva Reiter
© Jesús Moreno

Eva Reiter explora el lado efectista de la viola da gamba (incluida la destrucción frotada sobre las cuerdas de un corcho blanco), se esfuerza por hacer sonar la inmensa flauta contrabajo (su dimensión apenas se corresponde con la emisión; sutileza de terciopelo), con el que ofrece un contrapunto tribal, primitivo - a una música siempre moderna pero con un excitante pie en la caverna humana -, y se convierte en una roquera impenitente distorsionando el sonido de un dan bao (instrumento tradicional de Vietnam; básicamente un mástil con una única cuerda) que electrifica cual guitarra eléctrica. Y, sobre todo, se lo pasa de rechupete escuchando la interacción de sus compañeros, los estallidos más vehementes de Ken Vandermark o las insinuaciones expresivas de Clayton Thomas.
 

Clayton Thomas
© Jesús Moreno

Suena la sirena, de vuelta al trabajo. Pero, por fortuna, como dije al empezar, la vida es eterna en cinco minutos. Ni a cinco llegó la eternidad de ese bis sorpresa en el que Kurzmann hizo nana la emocionante y dolorosa historia de la pérdida de Manuel. Te recuerdo Amanda, el regalo que Víctor Jara nos hizo en 1969 (cuatro años después sería asesinado por los matones de Pinochet) y el que nos hizo Kurzmann la noche del 15 de mayo, poco antes de que sonara la sirena de las doce de la noche y se rompiera el hechizo del vals que nos mecía. Aunque ni la más agresiva de las sirenas logrará borrar la sonrisa de felicidad de uno de los solos más sencillos y emotivos que servidor recuerda con un clarinete. Gracias Ken. Qué sencillo es lo hermoso, por complicado que parezca.


El reloj de Ken Vandermark marca las 12. ¿Fin del hechizo?
© Jesús Moreno

© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

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