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viernes, noviembre 26, 2010

TriEZ (Agustí Fernández, Baldo Martínez, Ramón López) - Luz de Gas 25/11/2010 (42º Festival Jazz de Barcelona)


Agustí Fernández, Baldo Martínez y Ramón López
(Barcelona 25/11/2010)
© Vanessa Serrano

Si la costumbre crítica suele hacer notar que en España el paisaje creativo es algo yermo (parecido al de los Monegros aragoneses por los que discurre el tren en el que escribo estas letras) no menos cierto es que en el saludable ejercicio de exigencia crítico se corre el riesgo de que la percepción del público haga que en el mismo saco de las tierras de secano entren las de regadío. Porque hay músicos en este país (e incluso de este país “exiliados”) que llevan demasiado tiempo siendo maravillosos e inspirados manantiales y, sin embargo, pagan por la común fonética de sus nombres y apellidos (y por los pecados ajenos). Sin perder conciencia de la mínima repercusión social y mediática del Jazz en este país, una actuación como la de TriEZ en el Festival de Jazz de Barcelona hubiera merecido alguna que otra entrevista en prensa como las que han recibido artistas foráneos de mucho renombre, pasado glorioso y presente tibio. Pero son de casa, se apellidan Fernández, Martínez y López y así son las cosas gusten o no. Los presentes en Luz de Gas fuimos unos privilegiados y nuestros sentidos fueron mimados en una sesión de sensibilidad musical extrema, un don al alcance de no tantos creadores.


Baldo Martínez
(Barcelona 25/11/2010)
© Vanessa Serrano

Los tres apellidos ‘Ez’ que conforman TriEZ son músicos en estado de gracia y madurez. Por fortuna la madurez no es un tope y sí un punto de partida más sólido que el que se tiene al dar los primeros pasos. Tres nombres que se han instalado en el imaginario de algunos aficionados como representación máxima de la vanguardia jazzística ibérica. Es esta palabra, ‘vanguardia’, una denominación casi anacrónica de estilo que, en el fondo, son muchos. Palabra peligrosa porque pone a prueba nuestros prejuicios y deja fuera a muchos que hubieran disfrutado (o podrían disfrutar) de su música. Pero, de nuevo, esto es lo que hay. Y la música no puede esperar a que se derriben los tabúes de la ignorancia masiva. Tiene que seguir sus múltiples caminos y bifurcaciones y en ellos a veces encontrará quien quiera transitarlos y otras no. Pero es un ejercicio de libertad que no puede someterse a la dictadura de la aceptación si no es por parte de uno mismo. Y los TriEZ son libres, radical y hermosamente libres. De nuevo las palabras y sus riesgos. ‘Radical’. En tiempos de indiferencia lo radical se presenta inestable y peligroso para el statu quo social. Y, sin embargo, la radicalidad de quien es libre y desde la libertad aporta un discurso propio es hoy, y fue siempre, la única manera de crear belleza. Y TriEZ tan pronto derrama sobre nosotros belleza espasmódica como nos envuelve en una burbuja de cristal a punto de quebrar que anuda las emociones al cuello. Abrumadora música en sus extremos.


Agustí Fernández
(Barcelona 25/11/2010)
© Vanessa Serrano

El repertorio dio vida a lo registrado en estudio (temas compuestos) y creció con esas inaprensibles delicatessen que pueden surgir (y surgieron) de la improvisación libre. Con la posibilidad expansiva de un concierto los temas - como el inicial Anònim de David Mengual - ganan en profundidad. Además la música tiene en concierto el complemento visual tan simbólico de la improvisación. Uno puede cerrar los ojos y disfrutar pero si los abre puede descubrir algunas claves de la complejidad interpretativa de esta música, casi siempre al borde del precipicio. Miradas, sonrisas, gestos casi invisibles que se transmutan en in crescendos colectivos aparentemente espontáneos. Títulos como el Locura otoñal de Baldo Martínez ponen a prueba equilibrios con la lectura conjunta de piano y contrabajo del fragmentario y rítmico tema sustentado sobre esa anarquía tan reglada que es la forma de tocar la batería de Ramón López, uno de los bateristas – que yo conozca – que más se parece tocando a sí mismo y menos se parece a lo que se supone que implica tocar una batería de Jazz. Porque los supuestos están para ponerlos a prueba y Ramón, cuando hace lo contrario que la costumbre ha implantado como “normal”, demuestra que es exactamente así como había que tocar y no de la otra manera. Que en el fondo se revela como igualmente válida pero Ramón tiene esa cualidad tan valiosa y escasa de hacernos creer en el momento que no hay nada en el mundo como escucharle a él. Y eso es algo extensible el trío por igual. Cuando en un concierto los músicos consiguen el efecto auditivo de anular otras músicas posibles, de hacerte creer en ese momento que nada más que esa música podría conmoverte, es que la conexión se ha logrado y hay verdad en el escenario. Y TriEZ lo consigue. ¡Vaya si lo consigue!


Ramón López
(Barcelona 25/11/2010)
© Vanessa Serrano

Por una de estas coyunturas de la costumbre y los estereotipos el concierto tuvo lugar en una sala de baile y copas con aspecto de club de época. Es uno de los escenarios del Festival y, a pesar de ser ambiente de club, sólo los empleados del local asumieron el rol ruidoso de estos espacios. El público obvió el entorno y lo convirtió en auditorio de cámara. Los anfitriones no. En pianísimos de escándalo irrumpió la caja registradora, algunas botellas fueron arrojadas al contenedor tras verter su contenido con la misma sensibilidad, educación y delicadeza que un ‘gorila’ (con perdón, Dian Fossey) de ‘Night club’, la misma que tuvo uno de ellos en el post-concierto para expulsarnos de la sala (a Baldo Martínez incluido) cumpliendo su deber de malas maneras (ver Post Data). Fueron molestias evitables para la concentración del oyente y el respeto del profesional. Pero la fealdad de las actitudes no convenció frente a la belleza del Bhimsen Joshi o la Mbira of the spirits de Ramón López en las que el chispazo mágico se produce en el encuentro entre la kalimba africana pulsada por Ramón (con los mismos dedos con los que hace hablar la tabla india o percutir tambores y cajón), las cuerdas frotadas del piano de Agustí o el contrabajo golpeado por baquetas de Baldo. Magia que brota de la densidad de capas sonoras que conforman la mirada de TriEZ sobre el Lonely Woman de Ornette Coleman a partir de la gruesa sonoridad del contrabajo frotado con arco, la reiteración obsesiva del piano y los brotes de violenta pegada de una batería que tiene nervio propio. Ese fue el cierre oficial de la actuación de la que el público consiguió un bis más (¿el reverso oscuro de Locura otoñal?) y una salida para saludar. No quedaba tiempo para más. Había que recoger sillas, expulsar músicos y abrir la discoteca. El negocio no entiende de Arte.

© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Publicado originalmente aquí.


Agustí Fernández, Baldo Martínez, Ramón López
(Barcelona 25/11/2010)
© Vanessa Serrano

PD: Luz de Gas es una entidad privada de cuyo espacio hace uso el Festival de Jazz de Barcelona. Desconozco si es una cesión, una contratación o de qué naturaleza es la relación que permite la utilización del local. Que este continúe tras los conciertos su actividad es natural. Que los espectadores y profesionales en función tengamos que abandonar la sala con una cierta celeridad, razonable. Que los músicos apenas puedan contener la respiración y devolver saludos corteses mientras recogen instrumentos y material y sean tratados como borrachos de madrugada en la discoteca, e instados a abandonarla inmediatamente, es lamentable. La imagen de Luz de Gas sale dañada (por ruidosa en el concierto y maleducada después) pero no deja de ser una responsabilidad de la organización del festival cuidar los detalles desde la llegada de los músicos hasta que el último de ellos sale del local. Después ya es territorio de los ‘gorilas’.

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