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domingo, octubre 04, 2009

La tauromaquia según "The New York Times"

El pasado día 1 de octubre el prestigioso rotativo neoyorquino The New York Times publicó en su sección Arts (Artes) un artículo titulado In a spanish region, a twilight of the matadors (En una región española, el ocaso de los matadores) que se puede leer íntegro aquí. Artículo sobre la posibilidad de que el Parlamento de Catalunya prohíba las corridas de toros. Lo más interesante del artículo no está seguramente en la información que proporciona sino, al proceder de un periódico de referencia como éste, en el modo en que está construida la información. El articulista Michael Kimmelman apunta el declive de la afición taurina en Catalunya y que únicamente la Plaza Monumental de Barcelona permanece en activo. Refleja cómo tan sólo el regreso a la actividad de José Tomás en 2007 logró colocar el cartel de "no hay billetes" por primera vez en 20 años y que el torero Tomás protagonizó el pasado domingo la que podría haber sido última corrida de toros en Catalunya. Acompaña la estadística Kimmelman con la idea de que durante las tres últimas décadas ha decrecido el interés en las corridas de toros por parte de los jóvenes catalanes por una combinación de presión de los defensores de los derechos de los animales y los nacionalistas catalanes. Y dedica el siguiente párrafo a reflejar los argumentos que defienden el toreo:

Es Arte a decir de los aficionados. Arte de lo ritual, antiguo y vistoso, con su secuencia de movimientos, firmemente establecidos pero, ya que los toros siempre varían, diferente cada vez y trae consigo una especie de suerte de ballet de parte de los matadores, que son juzgados también por lo que ellos puedan hacer para que los toros parezcan elegantes. La tauromaquia es un asunto del patrimonio cultural español, dicen los fans. Europa puede desear unirse en torno a los intereses comunes, sociales y económicos pero las culturas nacionales deben ser respetadas, y el toreo representa diversidad cultural.

Reduce la posición de la oposición taurina al siguiente breve párrafo:

Los opositores lo ven de otra manera, por supuesto. Una docena más o menos de manifestantes defensores de los animales estuvieron fuera de la plaza el domingo, sujetaban en alto símbolos salpicados con pintura roja. (En realidad no hay constancia en este párrafo de los motivos opositores al revés de lo que sí sucede con los favorables. Ellos lo ven de otra manera, no sabemos cuál, sólo que portaban símbolos manchados con pintura roja. En el párrafo "pro" no describía la actitud de los espectadores sino su visión. En el párrafo "anti" simplemente la actitud).

Kimmelman aporta las siguientes opiniones con nombre propio sobre la posibilidad de que se prohíban las corridas en Catalunya:

Isabel Bardón, propietaria del bar "La Gran Peña": Sería una mala noticia para mí y para mi negocio.

Robert Elms, escritor de viajes británico "que ha vivido aquí": En un momento en el que Europa es cada vez más grande y más multicultural, Barcelona es cada vez más pequeña y más catalana. Sin entrecomillar la opinión literal de Elms el autor remata la opinión del escritor con un Ha venido a ver a José Tomás y observa, antes de la corrida, cómo la oscura pero mágica ciudad que conoció una vez ha llegado a ser una brillante marca de moda que, sin embargo, mira cada vez más hacia adentro. Y retoma el entrecomillado: Es vanidad. Esa es la única palabra posible. La vanidad describe una cultura insegura. Kimmelman completa sin entrecomillar que La posible prohibición de la tauromaquia, añadió, es semejante a una ley de aquí que requiere al alumno recibir gran parte de su educación en catalán, no en español.

Paco March, columnista taurino del periódico La Vanguardia: Sin entrecomillar: A su hija de 15 años la llaman fascista sus compañeros de clase, dice, porque tiene una fotografía de un torero pegada en su cuaderno. Y ahora sí entrecomillado: Siento rabia de que lo hagan en nombre de la democracia. Y sobre la posible prohibición del toreo en Catalunya: Una minoría de oponentes al toreo podría borrar los derechos de otra minoría, la de los aficionados, que disfrutan de lo que en este país es un espectáculo legal que expresa profundas verdades sobre la vida y la muerte llevadas al extremo. El cierre del artículo utiliza de nuevo declaraciones de March: Queremos ser diferentes del resto de España no matando toros. Pero simplemente estamos matando nuestra propia cultura.

Tres opiniones con nombre propio a favor de la tauromaquia a las que se añade la opinión del diario "El País" (desconozco si del propio periódico a nivel editorial o de alguno de sus articulistas ya que no se detalla) según la cual Esta corrida artística de final de temporada podría haber sido la última en esta plaza. Qué vergüenza si los políticos prohíben las corridas aquí. (Parece evidente que se trata de la crónica taurina, añado).

¿Y opiniones con nombre y apellidos de los antitaurinos? NO. Ni una sola declaración de alguien que considere justa la suspensión de las corridas. Se esbozan motivos de defensa animal, se expresa la aparente contradicción de quienes condenan las corridas pero condonan a las granjas para comer carne. Defiende la teoría de que el nacionalismo catalán difunde la noción de que el toreo es una imposición a Catalunya del régimen fascista de Franco que lo promovió, al igual que el Flamenco, como un símbolo patriótico. La oposición a las corridas de toros se convirtió en una declaración de separatismo de otra manera. Los derechos animales llegaron y dieron combustible a la agenda nacionalista. Teoría que Kimmelman procura demostrar afirmando que que el asunto es, sobre todo, político está demostrado en la frontera, en la región catalana del sur de Francia, en la que la tauromaquia se defiende con fiereza en oposición a la Catalunya española, por exactamente las mismas razones separatistas, en este caso porque está prohibido por París.

En otro momento del artículo Kimmelman hace un paralelismo metafórico entre el toreo de José Tomás y el estilo tenístico de Roger Federer: Como Roger Federer hace que cada acción parezca imposiblemente lenta y elegante.

¿Qué podría poner fin a las corridas de toros en España? Según el autor la indiferencia del público, la competencia de entretenimientos más baratos como el fútbol o los videojuegos, y el fin de una generación de aficionados.

Para el lector de The New York Times queda la percepción de que la oposición taurina en Catalunya es simplemente una postura de carácter político independentista, que quienes defienden motivos como la defensa animal caen en la contradicción de ser consumidores de carne y, sobre todo, que los antitaurinos padecen una compartida mudez (o simplemente que Kimmelman no les ha dado la posibilidad del uso de la palabra).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que deberían prohibir son los festivales de Jazz tan aburridos....Una abraçada amic.

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