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lunes, septiembre 21, 2009

Motivos para la lágrima

En una entrevista que me hicieron hace unos años la periodista (llevaba bolígrafo y libreta de notas por lo que debía de serlo) me preguntó qué me había hecho llorar por última vez. Le contesté que era más de nudo en la garganta que de lágrimas (ya se sabe, los chicos no lloran). Lo recordaba hoy mientras pelaba una cebolla. Si me volvieran a hacer la misma pregunta no tendría escapatoria. Mis últimas lágrimas han sido por una cebolla... ¡qué llorera con la condenada! Conozco a quien se pone gafas de buceo para pelarlas, sin embargo me resisto por el momento. Claro que estas lágrimas no eran sentimentales, más bien pura reacción biológica a una agresión externa. Una vez detenida la hemorragia lacrimal he pensado en motivos que podrían hacerme llorar (emocionalmente). Hoy mismo unos cuantos. Por ejemplo, por razones que no vienen al caso he salido de casa esta mañana. Es decir, me he visto obligado a abandonar momentáneamente mi voluntaria reclusión doméstica. Día de lluvia significa mayor tráfico (no es la lógica la que lo explica, es la costumbre), mayor ruido por el rozamiento de las ruedas sobre el pavimento húmedo y mayor concentración de malos humos (físicos y anímicos). Para llegar del punto A al punto B el pobre peatón (yo mismo) se ve obligado a soportar unos niveles de contaminación acústica y atmosférica intolerables. Alcanzado el tramo peatonal del casco histórico interpuesto entre el punto A y el punto B emito un suspiro mental de alivio, he alcanzado la civilización. Pero, estamos con los motivos para el lloro... las áreas peatonales de las ciudades no son tales, sólo áreas de preferencia para el peatón. Es decir, circulan coches pero tienes la opción de caminar delante de ellos hasta que el rugido del motor que te persigue se hace demasiado evidente y te apartas. Como un encierro sanferminero pero sin astados. Al menos el ruido era menor, me consolaba, hasta que a lo lejos, de allá hacia donde me dirigía, empezaba a llegarme la cansina cantinela megafónica de una manifestación compuesta por una veintena de mujeres que decían cosas como que con no sé quién vamos de culo mientras un señor con bombo marcaba el tempo rítmico de la serenata. Es probable que haberme puesto a llorar por todo ello en plena calle no hubiera solucionado nada (quizá sólo mi alojamiento en régimen de pensión completa en el psiquiátrico) y la única manera que uno conoce de evitar semejante maltrato urbano es la reclusión doméstica, que no asegura el aislamiento acústico pero lo amortigua (a menos que el bloque vecino decida instalar un ascensor, el vecino del segundo reformar el piso y tu pareja sea fan de Fama... ¡a bailar!).

Motivos para llorar... pensaba. Uno bueno es que la dirección de una emisora de radio de una ciudad cuyo nombre oficial lo sea en dos idiomas oficiales dé indicaciones a su plantilla de locutores para que se utilice exclusivamente el gentilicio de la lengua A en vez de la B (o de la B en vez de la A, si se prefiere). Hay que proteger al oyente de la perversión lingüístico-política de las palabras. Aunque no sabría decirles si esto que les cuento es cierto o no, tiendo a confundir mis sueños con la realidad y como ningún medio habla hoy de la explosión del sol en mil pedazos entiendo que podría haber sido cosa de Morfeo. Así que prefiero no llorar por un sueño. Como eso de que Rodríguez Ibarra pida una sanidad "sólo para españoles" porque existe un "turismo sanitario" que por lo visto arruina nuestra sanidad pública. Básicamente su teoría dice que hay un montón de peña que ante la alegría y gratuidad de nuestro sistema coge vuelos de "300 euros y se operan de la cadera que cuesta un poquito más". Entrecomillo lo que entiendo como literal pero de nuevo debe de ser cosa de la almohada porque es imposible que un socialista diga algo semejante. Así que no voy a llorar por lo que de nuevo debe de ser cosa del sueño. Por eso, porque sólo las cebollas hacen brotar mis lágrimas y porque no me gusta mentir a la prensa.


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