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viernes, septiembre 22, 2017

"Lo ha dicho la tele"

Al igual que cuando uno pasa mucho tiempo sin ver a un sobrino y al reencontrarlo se sorprende de lo que ha crecido, cuando se pasa mucho tiempo (posiblemente años) sin ver un 'Telediario' de TVE, el impacto por ver cómo ha encogido sobrecoge. O a la inversa, cómo ha crecido su descrédito.

Son días complicados informativamente en España, donde (aparentemente) resulta muy difícil sortear la tentación propagandística frente a la obligación periodística. Esta madrugada he cometido la torpeza (quizá es mi obligación ciudadana, no lo sé) de ver el informativo (¿?) nocturno del primer canal de la televisión pública española. Toda la información sobre la situación en Catalunya se ha despachado con un retrato de violencia y coacción de los catalanes, sin matiz político alguno, sin cobertura de las manifestaciones pacíficas, sin declaraciones desde Catalunya -con la excepción de un breve fragmento de la declaración institucional de Puigdemont-, sin aportar ningún contraplano al relato oficial del Gobierno de España. Las secuencias de insultos a policías y el destrozo de alguno de los coches de la Guardia Civil, seguidas de la salida de algunos de los detenidos en la jornada del miércoles, se asemejaba a las coberturas en Euskadi y Navarra durante los años de terrorismo etarra. Como en una película, el montaje es decisivo (y no es inocente).

Pena y tristeza, bochorno profesional. La responsabilidad del periodista con temas tan sensibles es, si cabe, todavía mayor. Del enfoque informativo depende en gran medida la percepción que un ciudadano tiene de sus vecinos. La (ir)responsabilidad de TVE en la degradación de la convivencia es gravísima. El odio y la violencia se alimentan de la mentira y la manipulación. Y ya se sabe: "lo ha dicho la tele".

Carlos Pérez Cruz

viernes, agosto 18, 2017

"He's a nice guy" (de Charlottesville a Barcelona)

Entró y saludó a un conocido que estaba ejercitándose en una de las máquinas del gimnasio. Daba la impresión de que hacía tiempo que no se veían, el tono y la gestualidad eran las propias de dos personas que se alegran muy sinceramente de verse después de una temporada. Dos amigos que no esperaban encontrarse un domingo por la mañana y que contagian con sus risas su genuina alegría. Mi hermana y yo estábamos a unos metros, discutiendo la ley de la gravedad (de las pesas) con nuestras piernas. Aquella efusividad, sus voces distendidas, esas risas que abrazaban toda la sala, nos conmovieron.

¿Qué nos llegó tan hondo? Al fin y al cabo, sólo eran dos desconocidos que se saludaban con efusividad y buen ánimo. Sin necesidad de explicarnos, a ambos nos había emocionado la misma circunstancia. No sé si habla bien o no de nosotros, si explica más nuestros prejuicios o pone sobre la mesa los ajenos, pero que ella y él se trataran con aquel cariño; que él, probablemente en sus setenta, y ella, probablemente en sus cincuenta, se trataran de forma tan afectuosa, pinzó nuestra vena sensible.

Ella era negra, él blanco. Horas antes, a apenas dos horas en coche de allí, cientos de personas se habían manifestado con virulencia, en una localidad llamada Charlottesville, movidos por el odio al diferente, convencidos de estar cualificados como seres humanos superiores en razón del color de su piel (blanca) y su religión (cristiana). Las consecuencias son conocidas: una muchacha murió arrollada por un coche propulsado por la gasolina del fanatismo, y el presidente del país se encargó de que el combustible prendiera también sobre los rescoldos del odio racial de una nación cuya historia está marcada profundamente por él. Sin embargo, a apenas dos horas de allí, en la USAmérica que llamamos profunda, en la que la diversidad racial es escasa, donde hace unos meses se veían innumerables carteles de apoyo a la candidatura del actual presidente y algunos coches lucen pegatinas con las que se declaran "Deplorable and proud of it", ella y él se saludaban con esa naturalidad y en público. Mi hermana, que tiene un don para desarbolar la prevención del trato entre desconocidos, le hizo notar a aquella mujer cómo esa escena le había alegrado el día. "He's a nice guy", respondió sonriendo.

Me acordaba hoy de aquello después de horas siguiendo las informaciones que llegaban de Barcelona, de intentar ponerme en la posición de quien conduce una furgoneta y comienza a segar vidas como quien recolecta trigo, incapaz aparentemente de sentir la más mínima empatía y escalofríos al tener frente a sus ojos otros reflejando el pánico y el horror de la huida del monstruo. Me acordaba conforme iba leyendo tuits y más tuits que, entre los puramente informativos, pontificaban sobre esto y aquello (expertos como somos todos en la nada más absoluta), afeaban a unos y a otros, expresaban inanidades (porque lo importante es siempre decir algo, aunque tenga la solidez de un castillo de naipes), y señalaban acusadores a los sospechosos habituales que enferman nuestras vidas a través de redes y medios con el dióxido de carbono de la misma gasolina que movía el coche de Charlottesville (dándoles una omnipresencia de la que, sin duda, deben de estar muy agradecidos). Me acordaba conforme escuchaba declaraciones huecas de políticos que, a veces de forma obvia, otras sutil, arriman el horror al ascua de sus intereses, pasándose por el forro de su capote idológico el dolor de las víctimas (y el más mínimo sentido de la decencia).

Ruido y más ruido, violencia y saliva malgastada. Pontífices y ovejas que balan al unísono. Ella entró al gimnasio un domingo por la mañana, saludó a su amigo y ambos nos alegraron el día. "He's a nice guy". Sólo y tanto como eso.

Carlos Pérez Cruz

lunes, febrero 13, 2017

Día Mundial de la Radio


Vivimos un momento de saturación audiovisual, años en que la imagen se ha impuesto como reina para, paradójicamente, devaluar la fotografía y el vídeo. Hace no demasiado esperábamos el revelado de un carrete de fotos con la ilusión de un niño ansioso por romper el papel de regalo; ahora llenamos el archivo de nuestro teléfono móvil de imágenes que se repiten y olvidan, aunque las compartamos sin medida en la red.

En esa supremacía de la imagen, la radio ha caído en la tentación de hacerse televisión, pero sin los medios de la tele. La radio es palabra y sonido, es una forma de comunicación que guarda algo precioso y minusvalorado en estos tiempos: la privacidad. Y esa privacidad era un despertador de la curiosidad: ¿qué rostro tiene esa voz que escucho? La radio es escuchar, también oír, pero para verse ya está la televisión, que tiene otras condiciones (y condicionantes).

Arrastrados por la vorágine de las novedades tecnológicas, vamos levantando el telón que ocultaba la tramoya de la radio. Se va imponiendo como lógico enseñarlo todo, pero no necesariamente en beneficio de una mejor radio, sino habitualmente en detrimento de su cuidado y profundidad. Lo ligero, lo superficial, lo frívolo, lo insustancial ha aligerado los tempos de la radio, que siempre ha presumido de ser un medio ágil en su reacción, pero que es mejor cuanto más tiempo de cocción dispone.

Desconozco cuál será el futuro, pero radio siempre la habrá porque es la forma más hermosa de comunicación entre personas que no se conocen. Feliz #DíaMundialDeLaRadio (en el día después de cumplir 16 años haciéndola).

Carlos Pérez Cruz
www.elclubdejazz.com

miércoles, enero 11, 2017

La radio digital (y el milagro de la multiplicación)


Cuando apareció la TDT, la Televisión Digital Terrestre, se nos vendió no sólo la mejora de la calidad de imagen sino la multiplicación de contenidos. La digitalización de la señal trajo, en efecto, una mejora objetiva de la calidad de imagen; de los contenidos, juzgue cada uno, aunque parece obvio que lo que se multiplicaron fueron las redifusiones y los cutres contenidos de bajo coste [videntes y terturreicos con gomina]. El único beneficio doméstico fue para el pulgar, que pasó a ejecitarse con contumacia en cada zapeo. Llegaron los televisores planos, que dejaron obsoletos los televisores de culo (ahí sigue el mío, resistiéndose al adelgazamiento) y se convirtieron en objeto de deseo de cada una de las algaradas callejeras [No hay protesta por el elevado precio de la gasolina, muerte a tiros de la policía o cualquier restricción gubernamental que no incluya la imagen del saqueo de televisores planos].

Se anuncia ahora que Noruega es el primer país del mundo en dejar de realizar emisiones en Frecuencia Modulada. La FM fue a la radio lo que el color a la televisión. La oscura y sucia AM -cuya definición se enturbiaba con la caída de la noche al entrelazarse las ondas de las emisoras, que entonces aumentan su alcance- fue desplazada por la FM, cuyo estéreo y nitidez ofreció al oyente la percepción espacial del sonido, algo para lo que la Onda Media no estaba facultada. Eso sí, como ya expliqué en alguna ocasión, la AM sigue siendo un recurso útil (hoy se diría vintage) para viajar por España sin dejar de escuchar la emisora que uno prefiera. A excepción de Radio María, cuya omnipresencia en cada rincón de España encuentra su explicación en un repetidor celestial, el resto de emisoras en FM tiene un alcance muy limitado. Algo a lo que ahora viene a poner solución la radio digital, DAB [Digital Audio Broadcasting] en sus siglas en inglés.

Han pasado prácticamente 21 años desde que se realizara en España la primera emisión en DAB, y aparentemente nada ha evolucionado desde entonces salvo, quizás, la posibilidad de escuchar algunas emisoras a través del receptor de TDT del televisor. La FM sigue siendo la reina de la radio, a pesar de la competencia (¿?) de otros formatos radiofónicos como el podcast [radio a la carta] o el streaming [emisión a través de internet] de las propias emisoras de radio convencionales y de las surgidas en exclusiva para internet. Es una pena, porque la radio digital permite escuchar con gran definición de sonido una misma emisora sin perder su frecuencia al moverse por el país. Y no sólo eso, sino que, al igual que sucedió en televisión con la TDT, permite la multiplicación de canales. Lo he comprobado en Estados Unidos, donde trasladé a la radio la fórmula del zapeo televisivo para constatar que emisoras las hay de todos los colores, pero también que apenas tienen pintores. La radio es voz, acción y reacción, de lo contrario es otra cosa: un hilo musical, una playlist. ¡Ah! El factor humano. La DAB multiplica emisoras, no puestos de trabajo. Los profesionales, camino de la radio-selfie.

Carlos Pérez Cruz

jueves, septiembre 15, 2016

Proyecto OCNOS - "Espadaña" en el Festival de Música Contemporánea de Navarra (NAK 2016)


Pamplona es tierra dura, tan autocomplaciente con su tradicionalismo como hostil a lo contemporáneo. Saca pecho y marca paquete, pero se desinfla a nada que uno vea mundo. Se vive bien, se come bien, pero se escucha poco y mal. Hace ya muchos años que el oxígeno me llega de otras latitudes. Como en todo, hay excepciones. Honrosas y laboriosas excepciones. Inconscientes que tratan de despertar(nos) la conciencia del mundo a través del arte.

Anoche se produjo un pequeño milagro, una de esos preciosos pellizcos al letargo: el Festival de Música de Contemporánea de Navarra, NAK, que desarrolla en estos días su voluntariosa segunda edición, se trajo de Sevilla al Proyecto OCNOS. Tres creadores en escena, un puñado de espectadores en la grada. Como fuente de inspiración, la Guerra Civil Española. Sí, otra película sobre la Guerra Civil. Sólo que ésta discurre en los oídos, la trama es la reflexión íntima a la que invita la música. Una película sensorial cuyo guión firman jóvenes compositores españoles, a los que la incultura sepulta en el más absoluto anonimato, y a cuyos personajes y escenarios dan vida dos excelentes músicos: el guitarrista Pedro Rojas Ogáyar y el clarinetista Gustavo A. Domínguez.

Durante prácticamente una hora, Pedro y Gustavo, junto con el compositor Luis Román, autor de una de las obras y encargado de la parte electrónica y proyecciones, exhumaron los restos de una memoria tan ninguneada como políticamente manoseada. Plantaron ante nuestros oidos un arsenal de resonancias bélicas, con ecos del llanto y el dolor más colosal de la violencia entre hermanos. Transforman cantos y marchas de los diferentes bandos -esos ejercicios de aliento varonil, hormonados y enajenados-, para en su mutación llegar a desnudar el horror del vacío existencial sobre el que se construyen.

Con el título genérico de Espadaña ("a medio camino entre España, espada y guadaña"), cuatro composiciones de cuatro autores enlazadas mediante la lectura de bandos de guerra y notas de prensa de la época. Música de gran exigencia para la interpretación, con momentos de muy lograda y envolvente emulación de los sonidos de la guerra; tensión narrativa in crescendo que captura al oído y revuelve las emociones, que del horror hablamos. Virtuosa en la ejecución, compleja en su concepción, una propuesta que activa oído, cerebro y alma. Disparos de ingenio creativo. Excepciones.

Carlos Pérez Cruz

viernes, febrero 26, 2016

Exaltación de la mediocridad

Todos podemos intuir qué es una feria como ARCO, al igual que sabemos que los festivales de verano son a la calidad musical lo que Cadena Dial a la música española. Sin embargo, la reacción ante una feria como ésta tiene valor de representatividad: cómo somos. Amigos de la chanza y el jolgorio, nos refocilamos ante las excentricidades a precio de paraíso fiscal, mientras ignoramos lo que de bueno pueda haber en la feria, que haberlo lo habrá. Es decir, ponemos el zoom del cachondeíto en lo ridículo e ignoramos lo que de verdaderamente creativo pueda haber. No es muy diferente de cualquier otro ámbito cultural: la energía que dedicamos a lo chusco y paródico se la quitamos a la belleza, pura y simplemente. También en periodismo, claro, donde preferimos sentarnos frente al televisor a ver los excrementos verbales de Marhuendas e Indas para alterarnos ociosamente, en vez de concentrarnos en premiar con nuestra atención a quienes simple y llanamente se dedican a hacer algo tan difícil en estos tiempos: su trabajo. Apreciar lo bien hecho requiere un mayor esfuerzo que dejarse llevar por las oleadas de mediocridad y mal gusto. La recompensa, eso sí, es infinitamente mayor.

Carlos Pérez Cruz

jueves, diciembre 31, 2015

Las gentes del jazz


No soy amigo de listas de "lo mejor de", ni de resúmenes del año. Las primeras son excluyentes, especialmente si detrás de ellas figura un gran medio que induce e influye en las decisiones. No es mi caso, soy pequeño, minúsculo, pero aún así sería injusto por mi parte decir qué ha sido lo mejor cuando apenas he escuchado una microscópica parte de lo que se ha publicado en un año, cuando "lo mejor" conlleva un sentido competitivo que aborrezco para la música. Los segundos siempre olvidan, son selectivos y crean una memoria colectiva que nunca es inocente en sus olvidos.

En los últimos años sorteé la obligación de las listas en Cuadernos de Jazz con la excusa de que no eran los mejores discos, sólo recomendaciones de música con la que había disfrutado mucho [algunos de los "afortunados" aprovecharon la coyuntura para cambiarle el sentido a mi selección]. Este año, como no tengo esa obligación, prefiero cambiar de tema y aprovechar para agradeceros a quienes hacéis de este pequeño mundillo del jazz algo fabuloso. Los músicos y su música son lo que nos reúne, lo que nos apasiona y conmueve, pero alrededor de ellos se mueven los satélites que les dan sentido: aficionados, técnicos de sonido, críticos, programadores, fotógrafos, periodistas... De todos ellos, a quienes me he ido encontrando a lo largo ya de un buen puñado de años gracias a esta pasión y trabajo, me quiero acordar en estos últimos minutos de año.

En Club de Jazz tengo a mis propios santos: Jesús, Anxo, Alberto, Luis y Ferran. Gracias a ellos, pacientes y atentos, dispuestos siempre a aportar, tenemos una diversidad de aproximaciones al jazz, la improvisación y la música en general, ¡que ya quisieran muchos programas! Además tengo muchos ángeles guardianes, miles de oyentes que estáis ahí, algunos con nombre propio, otros incluso con rostro, la mayoría desconocidos para mí. Con varios he llegado a compartir momentos de música y conversación, con otros ojalá pueda tener ocasión en el futuro. Estáis desperdigados por el mundo, y eso es fabuloso. Gracias por contar con este Club que pronto cumplirá... ¡15 años!

Más allá del Club, de sus oyentes y colaboradores, están todos esos personajes (incluso personas) que he ido conociendo en conciertos y festivales, las gentes del jazz: los apasionados de la fotografía, capaces de eternizar instantes fugaces; los programadores, que regatean siempre al músico pero que terminan por dar más de lo que tienen; los técnicos de sonido (incluso los buenos); los camareros (también los que arrojan botellas durante los pianísimos de la música); esos aficionados eternos que no se sabe de dónde salen y que parecen haber quedado atrapados en el tiempo; los críticos de toda la vida, también atrapados en la nostalgia; Lorenzo, el mejor anfitrión, el barman más generoso en el mejor antro del país, el Juan Sebastian Bar de Huesca; Luis, el programador más sabio, mago de las finanzas cada vez más recortadas para la cultura; las gentes de Vic, que este año me abrieron las puertas de la Cava y la convirtieron en el salón de mi casa; las tiendas de discos... ¡Ups! Perdón, he saltado atrás en el tiempo. En definitiva, mi reconocimiento a todos con quienes he compartido momentos a lo largo de este año y los anteriores, a quienes habéis hecho de la experiencia de la música algo compartido y enriquecedor en más sentidos que los estrictamente musicales.

Gracias por los buenos ratos compartidos. Que sean muchos en este nuevo ciclo anual que se abre. ¡Salud!

Carlos Pérez Cruz
www.elclubdejazz.com
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